Salir del clóset religioso

Por Luis Fernando Cascante

*Cruzo dedos para que este texto no sea leído por mi abuela*

Es difícil renunciar a un conjunto de creencias por las que uno ha construido su andar, creyendo en una única verdad.

Todavía no recuerdo el día que pasé de católico a “católico no practicante”, y luego a ateo.

Entre tanto rezo del niño, primera comunión, retiros y convivencias logré salir del capullo y me di la licencia para cuestionarme algunas cosas que no terminaban de encajar en mi cabeza.

Todo esto en silencio. Sin hablar basura de la religión en mi círculo familiar y despidiéndome de mi abuela con el típico “si Dios quiere”. Algunas batallas simplemente no se pelean, esa es una de ellas.

Pasé la etapa de discusiones sin sentido y logré entender que quizás puedo estar equivocado.

Ante esto, no di un paso atrás. No me parece consecuente decir que soy católico y apoyo el matrimonio homosexual. Desde mi perspectiva, es decir: no tienen porqué hacerme caso, el machismo y trato despectivo hacia la mujer que se hace desde la Biblia es algo con lo que no comulgo.

Y si no estoy de acuerdo con nada de eso, ¿por qué carajos voy a seguir, en automático, diciendo que soy católico? ¿Para qué autocensurarse en un mundo que, a regañadientes, cada vez se abre un poquito más?

Fue a los quince años que me dijeron que hiciera la confirma. Contando con la suerte de tener una madre que me soltó el mecate de la Iglesia a temprana edad, solo dije: la hago el próximo año.

Así como los diputados, simplemente seguí pateando la bola hasta que el tema se diluyó y no se volvió a hablar de eso. Entre los 15 y 17 firmé mi divorcio con la Iglesia.

¿Se vive mejor sin Dios?, cuestionaba aquel escritor de El País, cuyo artículo lo tengo grabado en mis marcadores de Chrome.

En mi caso no me siento ni mejor ni peor, pero sí más liberado.

Liberado porque ya no tengo que fingir ser parte de un grupo al que no pertenezco. También porque sé que algunas mentes se están abriendo y aunque no compartan nuestras creencias, las respetan.

Nótese que mi educación católica todavía no me la quito de encima por completo: sigo escribiendo Dios con mayúscula al inicio.

En un reportaje de La Nación, la firma Unimer determinó que tres de cada 10 ticos no tienen religión. Yo creo que somos muchos más.

No pretendo montar una discusión de fondo con la teoría de la evolución, el Zeitgeist, o la teoría de vivir sin Dios.

Pero sí usted es ateo o un católico disfrazado le recomiendo que se deje de mentiras y salga del clóset. Sin complejos, sin poses y con la libertad mental de quitarse un peso de encima.

Si usted tuvo la misma fortuna que yo de haberse desarrollado en un ambiente católico y luego dejarse conquistar por las reglas de la ciencia, la literatura y sus propios valores, tendrá también la madurez necesaria para aceptar que no es necesario cambiar la mentalidad de la gente en el otro bando.

Esto es una decisión MUY personal, aunque muchos de nuestros amigos tocatimbres y posteadores de panderetas en línea no quieran entender.

Pude gastar este espacio hablándoles de literatura que he estado consumiendo en los últimos meses, pero lo mejor que leí salió del artículo que antes mencioné “¿Se vive mejor sin Dios?”, y dice así:

“Creo que como mejor se vive es siendo fiel a la voz de la conciencia, más severa que las leyes porque no es posible burlarla, y que constituye la única fuente de libertad”.

Cuando leí esta frase me dije a mí mismo: cuatro años en colegio evangélico, cinco más en otro católico, primera comunión y rezos del niño en vano, ¡al carajo con cosas que no creo, la conciencia será mi

Un tal Juan Arias la escribió y no tiene idea alguna de lo agradecido que le estoy. Probablemente el no sepa cuánto influyo a un carajillo que vive a millones de kilómetros de él.

Sé que no soy el único. A como hoy veo algunas cosas más claras, sé que otros están igual de confundidos a como yo lo estuve.

¿Quién los culpa? Nos enseñan a rezar antes de comer, antes de acostarnos y nos meten a Dios hasta en la Constitución Política.

Algunos siguen “el camino del bien”, otros preguntamos hasta que nos dejaron sin respuestas.

Acá está emergiendo una generación que se cuestiona de dónde viene y el por qué de las cosas. Somos privilegiados porque tuvimos la oportunidad de hacernos preguntas y buscar respuestas donde quisimos.

Otros no tuvieron esa oportunidad y viven con la idea que se nos inculca a la mayoría de niños. Nada malo en eso.

De mi parte, me olvidaré de dioses, cielos e infiernos y viviré bajo lo que me dicte la conciencia. Cierre usted, maestro.

“Mi única religión es la conciencia”. – Mario Benedetti